Patrimonio arqueológico
El patrimonio arqueológico e histórico del Parque Nacional Nahuel Huapi refleja los diversos momentos de poblamiento humano que ha tenido la región en los últimos 10.000 años. La evidencia arqueológica que se halla dentro del PNNH brinda una oportunidad única para comprender este largo proceso de ocupación y establecimiento de diversos grupos humanos que habitaron las áreas de bosque-ecotono y estepa, la interpretación de las relaciones mantenidas entre poblaciones de la vertiente pacífica y las que se asentaron específicamente a lo largo de la franja cordillerana y los ambientes lacustres.
Hasta la fecha, los restos arqueológicos más antiguos pertenecen a la cueva Traful ubicada en la zona norte del Parque Nacional, con evidencias de ocupación humana de hace unos 11.252 años. Asimismo, el Parque Nacional cuenta con un total de 88 sitios arqueológicos e históricos inventariados dentro del Registro Nacional de Recursos Culturales de la Administración de Parques Nacionales, de los cuales 48 poseen importantes manifestaciones de Arte Rupestre.
El Arte rupestre pertenece al estilo de Grecas, uno de los más tardíos y extendidos en la Patagonia. Los motivos más frecuentes de este estilo son figuras geométricas, que se encuentra compuesto por trazos lineales rectos y cortos configurando motivos escalonados que llegan a formar figuras completas como rombos, cruces y cuadrados.
Esta expresión, que se desarrolló entre los siglos VI y XVII d.C., posee una modalidad propia del ambiente Boscoso Lacustre del Noroeste de la Patagonia, con motivos menos regulares y con la particularidad de presentar figuras de animales, tales como guanacos y huemules, así como también motivos que representan caballos con sus jinetes, evidenciando ya épocas de contacto hispano-indígena.
En el caso del Parque Nacional, la expresión de esta modalidad de arte posee un doble valor ya que revela tanto la dimensión simbólica e imaginaria de los pueblos originarios que habitaron la región, así como también la evidencia material de los contactos y comunicaciones mantenidas entre grupos y etnias relacionadas con la movilidad en canoas en ambientes lacustres y con acceso a islas de envergadura como la Isla Victoria.
Desde épocas muy tempranas, hace al menos 2000 mil años, el uso intensivo de rutas de navegación permitía la conexión de distintos grupos étnicos entre sí y recorrer grandes distancias entre distinto espejos de agua que unían la vertiente atlántica con la pacífica. A partir del siglo XVI, los relatos de viajeros, exploradores y jesuitas -quienes mantuvieron los primeros contactos con las distintas parcialidades indígenas- cuentan que fueron tres los tipos de embarcaciones ampliamente utilizadas en las costas Patagónicas: la dalca, la canoa de corteza y la canoa monóxila.
Estas relaciones mantenidas a lo largo de los siguientes siglos produjeron mecanismos de circulación de bienes (comercio de ganado, monedas, plumas, etc.) e intercambio de conocimientos que llevaron a que se produjesen entre otros, cambios tecnológicos en las embarcaciones. Hasta la segunda mitad del siglo XIX, Chile y Argentina, por diferentes coyunturas históricas propias de cada país, no habían demostrado gran interés por las regiones australes del territorio.
Durante la segunda mitad del siglo XIX ambos países, organizaron una estrategia para la ocupación definitiva de los espacios australes. Esta estrategia llevó a la escalada de conflictos con las parcialidades indígenas que habitaban esos espacios y que finalizó con las llamadas Pacificación de la Araucanía en Chile, y la Conquista del desierto en Argentina, lo que determinó una política sistemática frente a los pueblos indígenas de sometimiento, despojo territorial y desestructuración de los diversos modos de vida de las poblaciones originarias de Araucanía y Patagonia a partir de la década de 1880.